El delincuente.
Es una de las piezas imprescindible en la novela policíaca. Normalmente desempeña el papel del antagonista, el malo. Es el que nos mostrará todo un submundo oscuro y real que vive y se retroalimenta al margen de la ley y, a veces, coexiste con ella en total complicidad como un componente necesario de la misma. Por supuesto que no siempre es así, porque puede erigirse perfectamente en el verdadero protagonista o, incluso, en el bueno. Hablamos de personajes, no lo olvides. Te mostraré dos ejemplos.
El impulsivo.
Se trata de un tipo de delincuente muy común. Es probable que sea el más común y numeroso de todos.
Como el propio nombre indica, en una novela de investigación criminal, este personaje actúa impulsado por la necesidad del momento.
Evidentemente no ha entrado a valorar las consecuencias de su acción. No ha tenido tiempo ni el hábito de hacerlo.
Él siempre actúa así: lo quiero y lo quiero ya. Si algo le estorba en su camino lo aparta o lo elimina, según sea más fácil.
Se mueve con la seguridad que le da la fuerza, nunca la inteligencia; él no la necesita.
El organizador.
Es todo lo contrario al impulsivo.
Este delincuente no actúa nunca sin un plan preestablecido que le garantice, en la medida de lo posible, salir indemne de la comisión del delito.
Pasa horas planificando, valorando las distintas opciones que tiene: horarios, turnos, visitas, etc.
Su capacidad de improvisación suele ser escasa, por eso, cuando surge un contratiempo y el plan previsto se va al traste, tiene dificultades para salir bien de la situación.
Es menos habitual que el impulsivo y muy propenso a actuar solo. Cuando lo hace en grupo, tiende a ser el organizado y dirige el grupo.
Como puedes ver, ambos tipos se complementan y se necesitan.